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This Soldier Hid Underground With 🧨

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The Art Of War

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Durante un ataque enemigo, el protagonista —un zapador con experiencia en explosivos— fue separado de su unidad y decidió refugiarse en la red de trincheras abandonadas que había ayudado a cavar semanas antes. Sabía que el sector estaba minado y repleto de cargas de demolición sin detonar; aun así, optó por internarse en los pasadizos porque la superficie era un infierno de fuego de artillería y tiradores. En su mochila llevaba varios detonadores y un bloque de TNT que pensaba usar para volar un cráter y bloquear el avance rival, pero ese plan quedó descartado cuando descubrió que el frente había cambiado de manos. Su prioridad pasó a ser la supervivencia inmediata.

Los primeros días bajo tierra fueron una lucha contra la oscuridad, la sed y el miedo a quedar sepultado. Con una linterna casi sin pilas y un cuchillo de campaña, amplió un nicho lateral para evitar los derrumbes provocados por los bombardeos constantes. Al encontrar un depósito olvidado de raciones enlatadas y velas, consiguió racionar alimentos y crear un ciclo de luz artificial que le ayudó a controlar el paso del tiempo. Cada vez que escuchaba pasos sobre su cabeza o el inconfundible chirrido de orugas, desconectaba la linterna y permanecía inmóvil, temiendo que una vibración detonara alguno de los explosivos esparcidos en la galería.

La mayor amenaza resultó ser el monóxido que se acumulaba por la falta de ventilación. Con alambre y la carcasa de una granada vacía improvisó un respiradero, perforando lentamente hasta la superficie oculta por maleza. Esa chimenea rudimentaria evitó su asfixia y le permitió captar sonidos que confirmaban que el frente se alejaba; sin embargo, también reveló la presencia de patrullas enemigas que buscaban sobrevivientes o trampas. Cada noche reforzaba las paredes con sacos de arena y marcaba las cargas activas para no cometer un error fatal en la oscuridad.

Tras casi dos semanas, un equipo de zapadores aliado rastreó señales térmicas anómalas y halló la apertura semicolapsada. El rescate fue delicado porque el mínimo temblor podía activar los detonadores sensibles al impacto que quedaban esparcidos. Cuando finalmente salió, el soldado llevaba quince días sin ver la luz del sol, con la piel pálida y deshidratada, pero ileso. El informe médico concluyó que su entrenamiento en demolición fue decisivo para identificar el material peligroso y crear espacios seguros; psicológicamente, su capacidad de fragmentar las horas en pequeñas tareas —contar respiraciones, afilar el cuchillo, registrar sonidos— resultó clave para no ceder al pánico.

El video destaca aquel episodio como un ejemplo extremo de resiliencia en combate y subraya la paradoja de que los mismos explosivos diseñados para destruir le ofrecieron una especie de escudo. También plantea la lección táctica de que las redes subterráneas, cuando se combinan con conocimiento de ingeniería y autodisciplina, pueden prolongar la supervivencia en entornos hostiles. Hoy, el veterano comparte su historia en conferencias sobre desminado humanitario, recordando que bajo tierra aprendió que la paciencia y la planificación minuciosa salvan más vidas que cualquier carga de TNT.

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